Ciertas coincidencias me ponen eufórica. A veces, juego a pedirle a la vida que me envíe señales y, a veces, la vida juega conmigo a mandármelas. En esos momentos, siento que hay una comunicación que trasciende los límites de la materia y que cada cosa está en su lugar. En la Calle Mayor de Virginia Gil, el libro del cual quiero hablaros en esta apacible noche de febrero (justo antes de que el sueño me venza) llegó a mi vida en uno de esos duelos dialécticos que el Universo y yo establecemos. Yo había pedido respuestas y el Universo me devolvía, cómo no, historias. 

calle Mayor Virginia Gil

En la Calle Mayor es un libro en el que reside algo de Charles Dickens, pero también de Saint-Exupéry o de Michael Ende. Tiene algo de esas historias que nos llegaron al corazón por su simpleza y por su mensaje. Virginia Gil nos relata, de manera sencilla, la vida de una niña un poco gris, dadas las circunstancias, que reside en una empedrada calle, también gris, dadas, nuevamente, las circunstancias, de una ciudad amurallada. A lo largo de la calle, pintorescos personajes viven en sus rutinas. La anciana rodeada de gatos de la vieja librería, el enano zapatero que cojea al andar, la vecina gritona que todos los ruidos la molestan... Unos personajes que bien podrían haber sido sacados de cualquier cuento de Perrault. Para mí, todo el atrezzo de la novela (el lugar, los personajes, la arquitectura, los comportamientos...) es acogedor. Pero volvamos a la historia, porque la madre de la niña gris encuentra un día un libro que habla sobre los ángeles y sobre cómo estos pueden cambiar la vida de las personas. La madre se lo regala a su niña gris y poco a poco, esta comienza a tener color.

Hay dos frases, dichas por la propia autora, que me parecen muy acertadas con respecto a la novela. Una de ellas, es que este libro es para gente de 10 a 100 años. Y otro, que se trata de una historia de realismo mágico para ser feliz. Antes, durante y después de leer En la calle mayor, eres feliz. Antes, durante y después de leer En la Calle Mayor, eres atemporal (tienes 10 y 100 años a la vez). Virginia Gil te pone en contacto con un tema un poco complejo, que a muchos estoy segura que enfadará (de hecho, ya he leído alguna crítica sobra esta novela que creo que está sostenida en juicios que se tienen hacia el tema): los ángeles. Pero no los ángeles como construcción cristiana, ni metáfora, ni elemento reiterativo de la pintura barroca. Ángeles como fuentes de energía que te escuchan, te hablan y te ayudan en tu día a día. Los mismos ángeles que seguramente lleven este libro a las personas que lo necesitan en el momento más adecuado.

Hay veintisiete capítulos cortos, uno por cada letra del abecedario. Es una historia muy breve, que solo ocupa una tarde de tu vida. Se crea una red de personajes pintorescos, entrañables, sobre la cual se irá formando el puzzle y la moraleja final. Un ángel por aquí, un ángel por allá y, por fin, todo encaja, todo tiene luz. Cualquiera puede leerlo, cualquiera puede entenderlo. Hay magia, hogar y fuerza.

Este libro se lleva la máxima puntuación y lo recomiendo encarecidamente para todos mis lectores. Es tan sencillo que solo debes dejarte llevar. Si deseas abrir tu mente, hay un mensaje esperándote, pero si no quieres abrir tu mente (ya que estás en todo tu derecho), hay un cuento narrado para ti. Camina hacia arriba y hacia abajo por la Calle Mayor, descubre por qué las marionetas de la tienda de marionetas dan la espalda a los viandantes y arruga la nariz con el olor a orín de gato que desprende la librería de libros extraños. Hazte una taza de té, o de chocolate, y observa cómo May vuelve a ser May. Cuando leas la última página, todo estará en orden. Y puede que tu vida también.

Pero esto no termina aquí, también he hablado de otro de los libros de Virginia Gil, de los que ya soy fan: Clara.

Y si queréis otro feelgood, aquí tenéis La librería del señor Livingstone de Mónica Gutiérrez.