La portada de Las palabras que no existen de Joan A. Merino es bastante ilustrativa. Un sacerdote, con su respectivo alzacuello y, dicho sea de paso, bastante atractivo, besa las cuentas de un rosario mientras es atravesado por decenas de ceros y unos, correspondiente al lenguaje binario. El resto del fondo es negro como la noche y el sacerdote nos mira de frente, intuyéndose también unos ojos bonitos. 

Debo reconocer que cuando me llegó el libro con esta portada dudé de si su contenido me iba a interesar porque no es el tipo de cubierta que yo hubiese elegido para una historia como esta. Es decir, creo que la primera representación que tenemos del libro, no le hace mérito. Por otro lado, en la sinopsis nos cuentan que los servicios secretos del Vaticano están recurriendo a la darknet para conseguir sus objetivos y que andan detrás de un misterioso códice. Todo revuelto en la ciudad de Barcelona.

Recientemente, tenemos novelas que tratan sobre secretos del Vaticano como El espía de Dios, de Juan Gómez Jurado, pero no puedo evitar que cuando un libro implica a la ciudad de las llaves de San Pedro, me recuerde a obras como El códice Da Vinci, que también tenía entre manos un misterio que podía cambiar el curso de la fe cristiana (otro libro reseñado en la web sería La piedra caída del paraíso, que fue ganadora best seller de los Premios Caligrama). Las palabras que no existen de Joan A. Merino no se queda atrás y, además, lo hace de manera muy actualizada, introduciéndonos en las profundidades más oscuras de nuestras redes de Internet.

La primera escena que leemos es bastante impactante y desagradable. Se te revuelven las tripas y llega nuestra primera decisión con Las palabras que no existen: ¿Continuamos leyendo? Espero que la respuesta sea sí, porque estarás, entonces, ante una obra muy adictiva, muy bien escrita y muy interesante. A esta primera escena de la que te advierto, le siguen otras de igual crudeza y violencia, pero antes, nos trasladamos a 1633 y asistimos a la travesía de un religioso, portador de un importante códice, para volver a una época más cercana a la nuestra, a la Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil, en una situación complicada. 

Lo primero que hace Joan A. Merino es poner todas las fichas sobre el tablero y requiere de la paciencia del lector para comprenderlas posteriormente. Esta paciencia no supone un gran esfuerzo porque los capítulos cortos, ágiles y directos al grano, hacen que las páginas de Las palabras que no existen pasen ante nuestros ojos a una gran velocidad. Cuando te quieres dar cuenta, estás imbuido en la historia. Y más cuando aparece Romasanta en ella. 

Las palabras que no existen nos pasea junto a altos cargos de la Santa Sede y nos lleva a lugares que, como mortales, quizás no podríamos nunca pisar, como el Instituto per le Opere di Religione (IOR). Podemos decir, llegados a este punto, que Joan A. Merino ha cuidado hasta el último detalle de su novela y en los detalles, querido lector, está el demonio. Los personajes tienen gestos propios y son figuras de barro entre las manos de un autor que nos muestra cada uno de sus rasgos con unas pocas pinceladas de sus letras. Es bastante impresionante la manera en que, con pocas palabras, Merino los retrata. Como también lo son sus ambientaciones, sin necesidad de parafernalia alguna, pero muy bien dispuestas para hacernos sentir dentro de la trama y de las escenas. Además, con una descripción fidedigna y muy bien documentada.

Un punto positivo para la documentación, que me ha sorprendido bastante, tanto de las entrañas de la darknet como de todo lo relativo a los misterios eclesiásticos.

Una de las cosas que más me han gustado son los títulos al inicio de capítulo, extraídos de ingeniosas (o acertadas, que suele ser lo mismo) frases que después encontramos dentro de ellos.


Basta que poseas más de una biblioteca para que te tachen de brujo.


A su vez, flota cierto misticismo o santidad en la historia, llena de objetos impresionantes como el Códex Gigas, expresiones en latín como el ego te absolvo o ganchos que el lector no puede soltar, como que en todas las librerías haya una puerta secreta. También hay mucho lujo en la trama y en la escritura. En la trama, de forma obvia, como un Domaine de la Romanée-Conti Montrachet Grand Cruz, un vino blanco de Borgoña del sesenta y cuatro, pero también en la forma de narrar de Merino, que es muy elegante y superior a otras narraciones más planas.

La historia se pone bastante interesante y nos va a llevando a un punto en el que los cuadros del artista Antoni Tàpies tienen mucha importancia. En la obra salen localizaciones reales como el monasterio de Sant Francesc de Paula (ya desaparecido), la Fundación Antoni Tàpies o el Palau de la Música Catalana. Todo ello en Barcelona, a la que se describe con mucho cariño. A mí me han entrado ganas de visitarla (otra vez). Además, Las palabras que no existen es una novela muy visual. Las frases cortas y directas, las escenas en pocas palabras, y la tensión o solemnidad de cada escena, así como una elección muy concreta de objetos, vestimentas y gestos, hacen que más que un libro parezca una película

En resumen, Las palabras que no existen de Joan A. Merino es una historia que merece la pena leer. Cumple con su objetivo de enganchar al lector, gracias a los capítulos cortos y directos y describe localizaciones y profundiza en los personajes con mucho tino, haciendo de estos su mejor baza. Nos presenta un misterio que puede hacer tambalear a la Iglesia y, lectores, nos encanta los misterios. Y presume de una elegancia narrativa muy superior, llena de referencias, objetos, expresiones  y  otros ingenios que hacen que no solo se disfrute el argumento, sino también la parte literaria.