Hay momentos en los que terminas de leer un libro y estás ansiosa por contar lo que te ha  parecido. Este es uno de esos momentos. La tortuga que huía del jaguar de Marta Quintín ha sido galardonado con el Premio Valencia Nova y a la autora le ocurrió con el argumento lo que a mí con su sinopsis. En un viaje a Costa Rica, unos niños se le acercaron corriendo y gritaron que un jaguar había matado a una tortuga. La imagen impactó en la autora de tal forma, que se entregó a ella lo suficiente como para convertirla en un libro. Posteriormente, cuando este libro apareció ante mí, solo me detuve en esa anunciación que ya no la dictaban niños costarricenses sino Marta Quintín, que se había convertido en tortuga y jaguar para llegar hasta los lectores.

«La tortuga que huía del jaguar», de Marta Quintín.

La tortuga que huía del jaguar es un libro exótico, en todos los sentidos. Ocurre en Costa Rica, a caballo entre Tortuguero y La Fortuna, dos localizaciones idílicas que son descritas con destreza por la autora, con léxico de la zona. Esto último es importante subrayarlo porque Marta Quintín ha usado los topónimos, la fauna, la flora, la gastronomía y todo lo referente al país de tal manera que parece que estamos leyendo un libro escrito por un costarricense. Pura vida.

Así pues, la obra es exótica y añadiría: salvaje. De telón de fondo de esta historia, siempre está la bravura del mar y de la selva, dos entornos que podemos sentir con mucha claridad a través de la escritura de Marta, y que van moldeando a nuestra potranca de coco, Marilia, la protagonista. Marilia decide marcharse de Tortuguero cuando le dicen que un jaguar ha matado a una tortuga, porque hizo una promesa tiempo atrás, justo en un momento en el que empezaba a forjarse su propio caparazón. Se aleja, pues, en un viaje circular que la devolverá al inicio, no sin antes habernos enseñado algunas cosas sobre la vida y la pérdida (que no tienen por qué ser dos conceptos separados).

Llegados a este punto, hablemos de las tortugas carey que son comidas por los jaguares. Son tortugas marinas que se encuentran en el océano atlántico y en la región indo-pacífica, cuyo caparazón, que puede llegar a medir 90 cm de ancho, tiene una característica distintiva: que está compuesto de varias capas, cinco capas centrales y cuatro pares a cada lado. Esta estructura le da al borde de su caparazón una apariencia aserrada, como un cuchillo dentado. Esto es importante porque la novela de Marta Quintín está cargada de simbolismo. No es casualidad que Marilia sea tan hermética durante todo su periplo, ni que en su tobillo siempre lleve guardado un cuchillito de empuñadura carey. Tampoco son casualidad los hombres libres y feroces, como jaguares. Nacer en La Fortuna, en una casita de tablas color limón, y ser de todo menos afortunado. O conocer a un demonio en el muelle, sin aparente propósito, como una barca sin pescador (o como el demonio de La barca sin pescador de Alejandro Casona), pero colocado ahí a propósito. Todo está cargado de una fuerte simbología que nos reta a descubrir de qué se está realmente hablando en esta historia

El juego de metáforas de Marta Quintín, ya que hemos tocado el tema, es como el oleaje: va y viene. Haciendo un uso adecuado de la analepsis, va tejiendo los hilos de personajes que parecen salpicados por el azar: Marilia, por supuesto, pero también Jasón, la tía Granada, Tip Top, Cleo, el Demonio del muelle e incluso Bernardo Zúñiga. Al final, todas las piezas que encajan y las que no encajan, pero al menos han completado una parte esencial de la historia, te dejan pasar entre las metáforas para descubrir algo más grande a ellas mismas: Que en la vida somos tortugas, somos jaguares y somos demonios de los mares. 


La tortuga que huía del jaguar de Marta Quintín me parece una obra exquisita, muy plácida, y muy bien construida. Es como un cuento con moraleja, con lirismo y con decisión, que habla de vivir y perder, de tortugas y de jaguares, en una localización exótica y salvaje: Costa Rica.