Me adentré en la lectura de Castellano, de Lorenzo Silva, sin saber muy bien lo que me iba a encontrar. Y este fue el mejor acercamiento posible, porque, ¿cómo puede uno, si no, adentrarse en un libro que promete narrar un episodio histórico, siendo la Historia ya de por sí presa de la subjetividad colectiva e individual? Pues sin pretensiones, así es como hay que sumergirse en él. Y de esta forma entendí que Castellano no es una novela histórica del todo, ni un ensayo partidario de ningún bando, sino un libro identitario cuyo fin, sobre todo, tiene que ver con una búsqueda personal de nuestras raíces.

El relato abre raro, porque no hay una batalla en curso ni un rey postrado en su lecho de muerte clamando venganza ni ningún tipo de artificio literario para captar nuestra atención. Comienza con un prólogo cuyo título reza: «Identidad», y a continuación, el autor practica una especie de ensayo.

Debo reconocer que, llegados a este punto, protagonicé una cómica imagen para un espectador externo: cerré el libro y le di varias vueltas. Escruté de nuevo la sinopsis, el lomo e incluso el título de la cubierta y lo abrí al azar con una puntería cósmica que me hacía caer en capítulos con más narraciones personales de Lorenzo Silva. Cuando paré de bambolear el libro, me recosté sobre la hamaca (que estaba yo en mi fin de semana de descanso) y me quedé pensativa, con la mirada incluso perdida, recriminándome: «No te enteras de nada, Eva. Este libro no va de lo que tú crees que va». Por suerte, continué leyendo porque Silva había dicho cosas sobre la identidad ajena, había nombrado a personajes como Walter Benjamin y había sacado a pasear temas como las colonias militares. Así fue como me planté en el primer capítulo, titulado «Atisbos», en donde el autor nos habla de su infancia. 

Pero, claro, esto no era una novela histórica, ¿no? Sino, más bien, una biografía«No te enteras de nada, Eva». Y, de repente, aterrizamos en la primavera de 1520 en Toledo, con un franciscano a punto de hablarle a una multitud inquieta y no precisamente para apaciguarla.

Esto sí tiene más pinta histórica. A partir de aquí, el lector tiene que ponerse el cinturón, porque el relato sobre la revuelta de los comuneros en el siglo XVI va a ir in crescendo, desde el momento en que se comenzó a echar leña al fuego hasta que se incendió casi todo el país. Es un retrato real, concreto, y me atrevería a decir que bastante objetivo, de lo que ocurrió, con nombres y apellidos, en la historia de nuestro país. Y es que todos conocemos, grosso modo, este levantamiento, pero, en esta ocasión, Lorenzo Silva pone una lupa sobre los acontecimientos más decisivos mientras continúa dejando sus propias reflexiones personales a lo largo del texto. Ahora bien, avispado lector, ¿con qué fin? 

Comencé la publicación haciendo referencia a que la historia pertenece al narrador y el narrador nunca es objetivo. Pero puede bajar la guardia, querido compañero de letras, porque no he detectado, y suelo tener siempre el radar bastante activo, un intento de soborno literario por parte de Silva para convencernos de las virtudes de unos y/o los defectos de otros, sino que, bajo todo este relato, solo he hallado una única pretensión: el anhelo de un sentimiento de pertenencia

Castellano, personalmente, me pilla en un momento de debilidad, porque soy una extremeña migrada a Castilla-La Mancha por amor. Así que no soy ajena al epicentro de de esta obra, Toledo, y a la pretensión del autor. Extremadura no ha sido nunca una región muy alabada, ni en pasado ni en presente, y todavía hay quien piensa que vivimos entre cabras (no se lleve las manos a la cabeza, que, mientras cursaba mi carrera universitaria -no vamos a sacar a relucir cuántos años hace de esto-, un compañero de clase me preguntó si teníamos semáforos en nuestras calles -y espero que no fuera para ligar-). Es como si, de alguna manera, en este país hubiese zonas geográficas que se han ganado más respeto que otras. Y no sé si sobre el territorio castellano se duda acerca de su sistema de señales de control del tráfico como en mi región, pero sí que es cierto que se viene dudando de casi todo lo demás. ¿Qué ha pasado con el sentimiento castellano? ¿En serio tiene que venir Lorenzo Silva a contárnoslo?

Castellano, de Lorenzo Silva, ha sido como un bálsamo para mis propios sentimientos de pertenencia, porque la mayoría de discursos de actualidad no me representan. Siento que están cargados de tensión y que vivimos en un momento en el que necesitamos todo lo contrario: relajarnos y reconocernos en nuestra propia historia. Castellano es ese reencuentro tranquilo que habla sobre identidad española, así, en general, sin malos rollos, y lo hace con dos grandes instrumentos literarios: un fiel retrato histórico, de esos que podrían alegar «a los datos me remito», y un corazón que late con ganas de redescubrir su tierra, el sentimiento que Lorenzo Silva ha estado guardando estos años para descargar en este regalo en forma de novela: Castellano.

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