reseña del libro apetito por parís de a. j. liebling

Absténganse lectores, merodeadores y curiosos de leer Apetito por París de A. J. Liebling si tienen hambre o sed, pues, aunque muchos de los términos de este libro nos pueden ser ajenos si no estamos familiarizados con el léxico culinario francófono, atisbamos lo sabroso de este relato en nuestro paladar imaginario. 

Empezamos, de hecho, hablando de comida. Más bien, el periodista Liebling comienza hablando de comida. Gracias al prólogo de James Salter, logramos conocer a este hombre y autor del libro mucho antes de conversar con él entre los sabores de las cocinas parisinas. Liebling es un periodista que vivió las dos grandes guerras mundiales y el París de los años gloriosos, aunque siendo sinceros, ¿cuándo no es glorioso París? (Hace poco leí un libro sobre el París de Desirée Clary, El destino de una reina, y hace mucho otro sobre el París de Coco Chanel, Mademoiselle Coco y la pasión por el número 5, y da igual la época, siempre es increíble). Salter nos advierte de que este, nuestro autor, tiende a perderse en referencias semiclásicas de un amplio rango de sectores (literario, gastronómico, deportivo, histórico...), que conoció la melancolía del reconocimiento tardío, que tuvo una vida personal infeliz y que se casó tres veces. 

Empezaba, desde el inicio del libro, a hacerme un cuadro bastante esperpéntico de A. J. Liebling que al finalizar la lectura me fue confirmado. 

Pero vayamos al grano. El primer capítulo comparte nombre con el título de la obra, y tiene una frase que te engancha sin que seas necesariamente (o sí) gourmande«pastel ligero hecho con azúcar, harina, zumo de limón, brandi y huevo». La frase ni si quiera es suya, pero el tema sí. Se trata de la madeleine, que Liebling elige para ir abriendo boca y diálogo, haciendo con ello salivar nuestras papilas gustativas. En general, Apetito por París está lleno de sensaciones y no solo de tipo comestibles, sino también olores, texturas e imágenes que desfilan por nuestra mente creando un baile sin parangón. De fondo, una gran ciudad retratada por un hombre acomodado, que se desenvolvió muy bien en el estilo francés. ¡Qué bella luce la capital francesa dentro de un plato de comida! Esta obra es, artísticamente, perfecta.

En la página 33 (sí, solo habiendo recorrido un pequeño tramo del libro) yo ya no podía más con el jamón crudo de Bayona, los higos frescos, la salchicha caliente en hojaldre, las alcachofas sobre un pedestal de foie gras y los cuatro o cinco tipos de quesos que nos seguía presentando Liebling acompañados con un buen burdeos y una copa de champán. Ahí ya me quería dar a la buena vina, pero leyendo Apetito por París me he dado cuenta de que también para esta se requiere, a veces, de cierto manual de instrucciones (como para las infidelidades; léase entonces Nadie muere de amor -también en la capital francesa-). A. J. nos brinda, sin pretensiones, cierta guía para no perdernos en fruslerías vividoras que se alejan de lo realmente gustoso

Como periodista, Liebling también nos habla de otros muchos de sus intereses como el boxeo o el teatro. He prestado mucha menos atención a estas páginas, debo reconocerlo. A mí sobre todo me interesaba el retrato de la vida parisina, las partes que se comen de este libro y el contexto histórico, pues, el libro llega más allá de ese periodo entre guerras, hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando los restaurantes de París se escondían tras gruesas cortinas y las calles permanecían a oscuras para evitar los bombardeos localizados

Durante esta lectura, me he sentado en la mesa del autor, en sus comidas o cenas, para asistir a un momento muy íntimo entre sus placeres y él. Sentía, entonces, cierta vergüenza pueril por conocer los sabores de un borgoña a través de su paladar. La comida y la bebida son para Liebling algo muy cultural. Nunca antes nadie me había dicho que un borgoña era como leer a Shakespeare y, sinceramente, así es como a mí me gusta que me enseñen las cosas. Me cuesta entender a qué se refieren con el vigor de un vino, mientras que sí que consigo interpretar la parte Dostoyevski del mismo.

Apetito por París es una lectura exquisita, servida sobre la mesa de un restaurante de París que, quizás, no luce todas las estrellas Michelin que debería, pero sí consigue robarse el corazón de sus comensales por el buen gusto, la comodidad del lugar y la algarabía que producen todas y cada una de las sensaciones del sitio. Esa mesa de ese restaurante es A. J. Liebling y este repertorio de pensamientos recogidos en el libro que el lector sostiene entre sus manos.

(A lo mejor te apetece seguir leyendo... No me dejes de Máximo Huerta).

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