Descubrí la novela negra manchega a través de la pluma de Almudena Navarro Cuartero, una escritora de la generación Kindle que tuvo mucho éxito con La papeleta en blanco (reeditada posteriormente por Roca editorial) y Aroma de Azafrán, y que ahora también tengo el placer de representar como agente literaria. Con ella, me deleité en los océanos de tierra que se extienden por La Mancha y en la cantidad de historias que se les puede arrancar si la destreza nos es propicia. Pero en estos momentos, regreso a los mismos páramos con Ogro de Altea Cantarero, una escritora española que resucita a pueblos apenas nombrados y a una literatura negra que se cuece a fuego lento y que nos recuerda al género clásico detectivesco caracterizado por una alta calidad literaria, un ambiente oscuro y un arma lista para ser disparada.

Ogro comienza de forma desafiante. Sobre el altar de una capilla de un colegio de monjas, el Colegio de la Dolorosa, en Cuenca, en el año 1965, se encuentra el cuerpo de una de las hermanas de una forma esperpéntica. Con el pecho completamente arrancado y las vísceras saliendo de él, el corazón luce con siete puñales clavados, previamente sustraídos de la imagen de la Virgen. Otros detalles se presentan en la escena del crimen: el cadáver ha sido, también, limpiado con vino de misa. El asesinato se ha perpetrado el 15 de septiembre, el día de la Virgen.


Aquella fría mañana de septiembre, Cuenca había amanecido visitada por un ogro.


No pasa desapercibido, desde las primeras páginas, lo agradable que es leer a Altea Cantarero. Con una calidad literaria muy superior, no escasea en detalles, en descripciones y en ingenio para ir presentando la escena, a los personajes y darle forma al sino de nuestra historia. El lugar, esta ciudad de piedra, sauces y poesía, como se refieren a ella en el libro, lo sacro del día y del escenario de la muerte, así como el simbolismo de cada uno de los elementos, incluida la propia muerta, convierten al inicio de la novela en una bomba de relojería. 

Pero aunque vamos a aplaudir con brío al argumento de la historia, lo más destacable para mí ha sido el estilo narrativo . El léxico es una delicia, consiguiendo que nos deleitemos en las formas y no solo el contenido con pausa, con obsesión, porque a quienes leemos nos gustan, más que nada, las palabras. También las historias. Pero sobre todo las palabras bonitas, bien elegidas, bien encajadas y Cantarero es una maga de la narración. Asimismo, tiene el buen gusto de huir de las grandes urbes, de las aglomeraciones, del turismo de oportunidad, y rescata, como ya adelanté al inicio, pueblos como la Alberca del Záncara, El Provencio, Santa María de los Llanos, el Pedernoso, TresJuncos... y otros lugares de paisajes quijotescos. Los enclaves no podrían parecerme más ideales. Por último, le quita el polvo a los refranes, a lo costumbrista, a lo cotidiano y crea un retrato muy fiel de la España del desarrollismo con sus bocatas de pan con chocolate, las supersticiones (no casarse con hombre enfermo), los polvos de talco para el pelo grasiento y los cuentos de viejas.


Agua pasada no mueve molinos, y más vale lavar los trapos sucios en casa.


Ogro también me ha parecido una lectura bastante asfixiante, con una investigación que no avanzaba por momentos, pero extraordinaria por la forma que toma el relato de Cantarero.  A pesar de que quizás es una lectura más lenta de lo que estamos acostumbrados con el auge del thriller, dada la tendencia de la autora a revolcarse en descripciones y a rebuscar (a fondo) en la vida de los personajes, desde su pasado hasta su presente, regalándonos verdaderas fotografías de los mismos, en ningún momento se contempla la idea de abandonarla. El hecho de que esté implicado un colegio de internas, y que también conozcamos a estas, desde dentro, en los cajones de los años 60, vuelve todo más negro y más turbio para disfrute del lector.

¡Con qué tino describe a los personajes! Sin duda, en ellos está el misterio y en ellos se encuentra la resolución, por lo que conocerlos es esencial. Descendientes de bordadoras del Titanic, hijas de tierras cervantinas, detectives cojos... Ogro, de Altea Cantarero, bien podría ser un cuento de viejas, como reza su subtítulo. Serán ellas quienes vayan extendiendo rumores, mientras la policía se entrega en cuerpo y alma a una investigación que promete ser agotadora, pues tras la muerte de la monja en la capilla del colegio de internas, un nuevo sacrilegio aparece, en otro templo y, en este caso, haciendo uso del cuerpo de un animal. Por lo que parece que el crimen va a alargarse.


Era de esas personas -de esas mujeres- que se quedaban en el recuerdo, no siempre o por necesidad desde una perspectiva romántica o erótica (aunque ello también pudiera ser) sino mucho más allá.


Los culpables comienzan a brotar por todas partes. Se descubre un oscuro secreto, de esos que se observa entre visillos y a la investigación le salen ramificaciones por aquí y por allá. Esto alarga la trama. También la prensa está metida en el ajo y parece que son más de una las personas que podrían tener razones para perpetrar el crimen. He sentido también que la historia de Cantarero nos permite ahondar en el papel de la mujer en el ámbito criminalístico. Con ello no quiero decir que el culpable de la historia sea, finalmente, una mujer, pues ya descubrirá el lector este acertijo, pero sí que se da pie, por diversas razones, a hacer una radiografía del perfil criminal en términos de género. Y sorprende y choca, muchas veces, salirse del guion habitual. 

Más o menos, a mitad del libro, seguimos igual que comenzamos: sin mucho avance con la trama. La investigación continúa, no hay más sangre por el momento y estamos intentando hacer conexiones entre los posibles sospechosos. Sin embargo, el magnetismo de Ogro sigue siendo sólido, fuerte y firme . Y, llegados a este punto, y no queriendo revelar algo crucial para la trama, remito a la lectura para descubrir por qué es imperativo terminar la novela y encontrarse finalmente con el ogro. Merece mucho la pena.

La novela negra manchega de Altea Cantarero, Ogro, es un verdadero deleite para los sentidos, para el hambre de narración y para los que gustamos de buenas historias, de esas que mezclan realidad y leyenda, y que doman al narrador para que con su voz cantarina nos relate, de a pocos, lo que va a acontecer. Porque lo que va a acontecer es grandioso y debemos estar preparados para desvelarlo.