Vamos por la segunda semana del año y vengo a hablaros de poesía. He visto que este mes, también, el suplemento cultural de El País, Babelia, ha sido dedicado a este género. Un arte que para mí es más corpóreo que significante, en la línea de lo que creo que defiende Byung-Chul Han en su ensayo No-cosas

Para hablaros de poesía, haré referencia a Marina Aoiz Monreal, una autora con múltiples poemarios a sus espaldas que ha sido traducida a alemán, árabe, euskera, inglés, italiano, portugués e, incluso, náhuatl. Premiada en varias ocasiones. Y con un estilo muy bucólico, romántico y paisajista. La obra que voy a reseñar se titula Pequeños enebros de dagas y flores escondidas.

Ya solo el título nos suscita una imagen. Un cuadro. Por ello he querido titular a esta reseña de la forma en que lo he hecho, ya que mi primera impresión ha sido la de Marina como pintora de versos. De hecho, la imagen que vino a mi mente fue la del cuadro Et in Arcadia Ego, a pesar de que la portada de este poemario es Retrato de Ginebra de Benci de Leonardo Da Vinci. Y es que si tuviera que definir estos poemas sería como lo haría con el cuadro de Poussin: mitología, alegoría y bucolismo. 

Sobrevuela cierto clasicismo en los versos de Pequeños enebros y flores escondidas, así como mucho simbolismo. Además, la autora pinta paisajes de cuento, haciendo muchísimo uso de una lírica con elementos naturales: madreselvas, enebros, gorriones, magnolias, mimbres, aneas, amapolas... El léxico que maneja Aoiz es toda una poesía de campo, pero al menos a mí no me ha suscitado tanto un paseo por una naturaleza cercana sino más bien mitológica, neoclásica, romántica. También los sentimientos se esconden entre las libélulas y los grillos, los tiliches y las hojas de hierbabuena y no puedo separarme de la pintura romántica con su sentimentalismo, misticismo y faceta más onírica. Por todo ello, este poemario es un cuadro al óleo, sin duda.

Creo que Marina Aoiz Monreal, a través de estos poemas, nos puede decir muchas cosas, pero que quizás no sea eso lo más importante. A mí lo que más me ha gustado han sido sus cuerpos aislados, es decir, los versos sin exploración en significados. Suelo rehuir de buscar significado en la poesía porque, como dije al inicio, me quedo más con el cuerpo, con la piel. Por ello, a veces, aíslo versos y medito en ellos por el puro placer del placer. Así, cuando dice Aoiz que «Tiene hambre de angiospermas» o que «Arder tiene su precio», no voy más allá de esas cuantas letras que ya son bonitas por sí mismas, despojadas de una intención o significado concreto. Me gustan los poemas que pueden existir desnudos porque son, simplemente, bonitos en sus formas. Y si fuera niña (aún lo soy) jugaría sin duda en los paisajes de Pequeños enebros de dagas y flores escondidas porque da pie a una imaginación que se agarra con fuerza a ese mundo tan tupido y mágico en donde parece que algo de cuento va a ocurrir. 

Por último, anotar que en el poemario encontraremos poesías más extensas o más cortas, pero todas trabajadas al milímetro. Algunas nos transportarán a páramos más lejanos y ciertos versos parecerán escritos en presente. Todo ello para crear esta pintura que nos recuerda a algo o a alguien.

Pequeños enebros de dagas y flores escondidas de Marina Aoiz Monreal es un poemario precioso, en donde cada verso flota sobre un elemento de nuestra naturaleza cercana que, sin embargo, nos impulsa a un mundo que no parece coexistir con el nuestro. Un mundo antiguo y mágico, que parece querer decirnos algo que, a su vez, no importa tanto, porque hay cierto carácter hipnótico en leer a esta autora, como lo hay en mirar un cuadro de, qué sé yo, Botticelli. Quizá por ello hay tanto enebro entre las páginas, por ser el arbusto de la hospitalidad, como este libro, que invita a quedarse.

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