Álvaro Talaweritz es galerista y escritor, sin que el orden de los sumandos altere la suma. Es también el autor de Las estrellas que nos miran, la novela con la sinopsis más desconcertante que me he encontrado. ¿A qué me refiero? A que es un libro que confiesa, a la cara, que puede ser odioso o indecente. Es una advertencia de contenido como lo es eso de que Las estrellas que nos miran es la historia de un perdedor. Desde luego, a Talarewitz se le da bien motivar. 

Las estrellas que nos miran Álvaro Talarewitz

Con un estilo muy urbano, muy de «asfalto empapado en gasolina », como describe el autor en la contraportada de Las estrellas que nos miran, el personaje principal, Eduardo Schmitowitz, álter ego del autor, recuerda durante toda una noche los sucesos del último año de su vida, en el que lo ha perdido todo. Son, por tanto, las memorias a caballo entre la ficción y la realidad de un hombre que narra cómo ha llegado hasta ahí, hasta el momento presente del libro, hundido y ya desarmado, nostálgico de un amor perdido y borracho de vida, para bien o para mal. 

Talarewitz confiesa abiertamente que la obra está basada en sus propias vivencias, pero yo siempre he sostenido que ninguna obra autobiográfica es del todo real. Así pues, describiré la novela como un mosaico de reflexiones y vivencias reales e imaginadas para no pillarme los dedos. 

Si tuviese que describir la pluma de Álvaro Talarewitz, aun a riesgo de que me lo contradiga, diría que es ácida y tierna a la vez. Escribe muy bonito, pero también escupe sobre lo escrito con asiduidad. Las estrellas que nos miran no se esfuerza en en complacer a nadie, aunque no se la puede considerar una novela frívola. Está, de hecho, más cerca de ser una novela comprometida con un personaje que se considera a sí mismo decadente.

Advierto que hay mucho desamor, sin ser esta la historia de un enamorado clásico. Eduardo Schmitowitz sufre por amor, pero no está paralizado por él, sino que sigue, de mala gana, arrastrando su vida por otras camas y otros encuentros, otras vivencias y otras situaciones, aunque, a veces, el personaje se muestre como alguien que está sin estar, o está sin ser, porque sus pensamientos, los cuales nos son entregados a través de las letras, siempre vagan por otros lares. Tampoco es la historia de un enamorado clásico porque no solo escribe sobre lo negativo, sino que en Las estrellas que nos miran hay muchos guiños que hablan de la alegría y que buscan el sentido de la vida desde una esfera no solo ocupada por el amor.

Hay partes grandilocuentes, frases exageradas, poesía pasada de rosca, verborrea, pretensiones, pero está bien, hay cosas que deben ser así en ciertas novelas. El tropiezo hace al monje. Con esto quiero decir que no es una novela ligera que habla de desamor y de problemas juveniles, sino una novela con párrafos recargados, bien escritos, de una calidad y cultura muy superior, pero que requieren su tiempo para que calen sin convertirse en papel mojado. 

Me gustaría aclarar también algo con respecto a Las estrellas que nos miran de Álvaro Talarewitz. Aunque el autor crea un yo íntimo en esta novela, no se olvida de incluir movimientos y contextos que lo representen, es decir, escenarios y cambios de la acción argumental que salven al personaje de un monólogo egocéntrico total. Estamos ante una acción solvente.

La portada, como mucho de lo que hay en el libro, responde a un suceso real de mi vida. Victoria me dio realmente esa nota con uno cielo de estrellas pintado. Me la dió en un local del "100 Montaditos", que era básicamente el único sitio al que yo me podía permitir invitarla a tomar algo, y el único sitio en que mi orgullo me permitía que ella me invitase. Fue algo orgánico, de esas cosas que no se planean. Álvaro Talarewitz, autor de Las estrellas que nos miran.

Las estrellas que nos miran es una cirugía emocional que se vive entre lo material y lo intangible. Álvaro suele decir que escribe sus textos sin un orden y, no sé cómo lo hace, ha acertado en la secuencia de su primera novela.

Creo que el autor tiene un dominio sutil de la escritura y un universo interno muy rico y, seguramente, muy demandante que le lleva a escribir cualquier cosa en cualquier momento cuyo destino, a veces, termina siendo una novela como Las estrellas que nos miran. Hay talento aquí.

Comparé a Álvaro y a su libro, Las estrellas que nos miran, con Ray Loriga y con Ya solo habla de amor de forma impulsiva cuando comencé a leerlo y no me arrepiento de nada, como diría Edith Piaf. Veo ciertos rasgos en común con la forma de escribir de estos dos autores y el que más me preocupa tiene que ver con el personaje, no el de la novela, sino el de autor. Ray, por muchos libros que escriba, está atrapado en su personaje y Álvaro va por el mismo camino.

¿Es, finalmente, Las estrellas que nos miran, con todos sus rasgos y características, la historia de un perdedor? Me pregunto al terminar el libro. Y no me respondo de inmediato. Es difícil responderle esta pregunta a una novela de la que hay tanto que decir.