El título de la novela de Jon Echanove, El ángulo de la felicidad, me llamaba poderosamente la atención. Me parecía toda una declaración de intenciones. En mi cabeza, apareció una escuadra y un cartabón que dibujaba los grados de aquello que tanto anhelamos y que tan pocas personas encuentran: la felicidad. Porque esta suele tener la temerosa forma de lo desafortunado antes de presentarse en todo su esplendor y la novela de Echanove señala, en cierta manera, hacia este aspecto.

Cuando comenzamos a leer la obra, conoceremos a Juan, un personaje bastante anodino, atrapado en un trabajo gris, de esos de oficinas y papeleo, soltero y poco carismático. Además, vive con su madre y su hermana que, a pesar de ser mayor que él, tiene una edad cerebral similar a la de una niña de dos años por un problema de falta de oxígeno durante el parto que la dañó el cerebro. Aquí, Jon Echanove, nos presenta el primer gran conflicto. La crisis existencial que vive, sin saberlo, el protagonista, atrapado entre la responsabilidad y la culpabilidad que le genera no acatar dicha responsabilidad. El conflicto laboral podemos más o menos sobrellevarlo, porque todos tenemos que elegir, tarde o temprano, un trabajo que nos gusta en mayor o menor medida, pero que es el eje central de nuestra vida. Sin embargo, el escenario familiar que Echanove prepara para Juan, al que, repito, acabamos de conocer, es bastante más dramático. Su madre dedica su vida a cuidar a su hermana, su hermano partió en misión religiosa a un país extranjero, su padre está fallecido y él asiste como puede a todo este devenir de personajes. Como en tantos y tantos casos, si Juan (o la madre de Juan) deciden vivir su vida, desatenderían entonces las necesidades de otros, como las de Pat, su hermana. Y todo ello genera un gran conflicto interior que Jon Echanove retrata muy bien en El ángulo de la felicidad. Pronto, esta atmósfera decadente se complica con dos sucesos bastante desagradables para la familia. Situaciones que el autor aprovecha para hacernos reflexionar sobre las cargas que vamos acumulando, los secretos que se pueden encallar en el núcleo familiar y las cadenas que sin saberlo nos ponemos a nosotros mismos.

En medio de todo ello, Juan debe viajar a Beijing para mediar entre su empresa y una empresa extranjera. El viaje es bastante breve, pero suficiente para que en el país extranjero conozca a una persona con la que mete, irremediablemente, la pata. A estas alturas ya conocemos bastante a Juan. La gran capacidad de nuestro autor es la de crear, sin duda, personajes muy realistas con una psicología muy rica. Jon dedica mucho tiempo entre las páginas a radiografiar a sus personajes y a explorar su mundo emocional. También hay mucha narrativa referida a las escenas cotidianas, a las rutinas y momentos del día a día, así como a descripciones. Tal es así que toda la primera parte la podríamos considerar meramente introductoria. Hay tres conflictos (dos ocurridos en el núcleo familiar y un tercero acontecido en Beijing) que no llegan, sin embargo, a poder considerarse verdaderos giros argumentales. Quien busque mayor acción, se encuentra aquí con un ritmo algo más lento que, sumado a ese estado plomizo de personaje, nos puede cargar un poco emocionalmente. Hasta aquí, no tenemos una trama vertiginosa. 

Me he dado cuenta también de que Jon Echanove no esquiva lo desagradable, sino que una vez que lo encuentra, lo describe sin miedo al rechazo. Por ejemplo, Juan hace referencia todo el tiempo a su olor corporal, hay una especie de obsesión con este, que se convierte incluso en metáfora. Desde luego, el autor prepara en El ángulo de la felicidad muy bien el terreno para que cada personaje pueda evolucionar por sí mismo a lo largo de las páginas. He dicho anteriormente que la acción no es tan vistosa, pero lo compensa la naturalidad de los actores. 

Llegados a la segunda parte, hay mucho más movimiento. Parece que Juan está siguiendo una luz, y se queda en Beijing para aprender el idioma. También el amor toma más relevancia. Sigue siendo un libro bastante costumbrista, pero nosotros como lectores, en esta segunda parte, también perseguimos, como Juan, ese algo. Esa luz. Y os puedo asegurar que las sombras van quedando atrás. Que se respira un aire más limpio y hay más espacio, para Juan y para todos. 

El ángulo de la felicidad de Juan Echanove es un libro muy concreto, para lectores que gusten de este tipo de historias. No es un thriller, ni una obra de aventuras, ni una novela llena de giros impactantes, sino algo mucho más costumbrista, que retrata, sobre todo, a la evaluación de sus personajes. Merece la pena adentrarse en él por las formas que el autor dibuja sobre el texto, las metáforas, las reflexiones que se pueden extraer. Y porque la gama de colores va cambiando del gris al blanco, así como nuestro estado emocional.