Mi abuela vive en un quinto sin ascensor que sube y baja diariamente a sus 80 y tantos años. Tiene mejor culo que la Pedroche y unas vistas de escándalo. En ellas, pasé mi infancia buscando, junto a mi tía, estrellas fugaces.

Cuando veíamos alguna estrella fugaz desde el balcón de aquel quinto piso, nos tirábamos del pelo para que nos creciese más rápido. 

A mí nunca me funcionó, pero probad si queréis, que nunca se sabe.

Muchos años después, tuve una idea descabellada.

Muy descabellada.

Estaba en la parcela de mi novio. Habíamos terminado de cenar y nos disponíamos a tumbarnos para ver la lluvia de estrellas de la madrugada del 12 de agosto.

No sé por qué sigo haciendo esto a lo largo de los años porque tengo miopía para las estrellas fugaces. Si aparece una por el flanco izquierdo, yo miro hacia el derecho. No falla. Quizás por eso no me crecía más el pelo de pequeña. 

Pero de pronto, el cielo se iluminó. Una mezcla entre Expediente X y No mires arriba. Una cosa verde, enorme, atravesaba el firmamento y lo iluminaba todo. La estrella fugaz más Hulk que he visto en mi vida. 

En la parcela, todo el mundo se levantó. Yo me quedé unos segundos tumbada en el suelo analizando si me lo estaba soñando o no.

Cuando comprobé que era real. Que aquella estela verde esperanza estaba ahí, ante mis ojos. 

Hice algo. 

Algo muy fuerte.

O, más bien, dije algo.

Porque solo las palabras son capaces de obrar milagros.

Y te lo cuento todo AQUÍ.

💗Estas publicaciones comenzaron con Escribir un libro dentro de un hospital. En ellas, te hablaré de mi novela, Cura mi corazón, que ahora Amazon ha decidido catalogar de infantil 😥, pero tú ni caso.