Hay muchas historias de inmigración, pero esta, en forma de cuento, es un paseo tranquilo, cuyo objetivo es hacerte sentir bien. Podría la autora regocijarse en las dificultades del migrante, pero elige poner el foco en las resiliencia y las cosas buenas que traen este salto al vacío. Eso es quizás lo que más me ha gustado de esta experiencia de lectura, que un libro que habla de hogares (los que se dejan y los nuevos que se construyen) se ha convertido en algo tan confortable que también ha sido un libro-hogar.
Durante la historia, tocamos distintos temas. Aunque sea un cuentito muy feelgood y amable, apunta a cuestiones que, sin revolcarse en ellas, nos harán pensar. Por ejemplo: qué siente la persona a la que todos miran cuando se traslada. También se entrevén miedos como el hecho de que viajar a otro país no tiene por qué cambiar una situación tal y como se espera. Que el hecho de migrar de un sitio a otro no es una garantía de éxito. Y esto me parece importante porque creo que cuando miramos a aquellos que emigran de su país y que ahora conviven con nosotros, creemos que les estamos regalando algo que nos pertenecía. Vigilamos suspicaces y pensamos que por haber llegado aquí tendrán la vida resuelta gracias a «nuestra» tierra, gobierno, seguridad social o lo que sea. Y cuán confundidos estamos. Al final de la partida todos, y repito, todos, estamos en igualdad de condiciones, aunque socialmente y gubernamentalmente e ideológicamente (y otros tantos «mentes») lo estropeemos.
«Para algunos, aún existía la percepción de que los inmigrantes eran una carga».
Incluso Nohea se atreve a hablar un poco de la presión económica, de la presión por encontrar trabajo que tienen los inmigrantes y de los gastos imprevistos que pueden aparecer.
Por otro lado, podemos preguntarnos por qué un relato bilingüe al neerlandés y la solución la tenemos en el propio texto. Esta familia latinoamericana se traslada a
Holanda y, de hecho, gran parte de la historia nos narra también cómo es convivir con
la barrera del lenguaje y cómo, en el caso de esta familia, fueron aprendiendo esta lengua. Esto además hila con la adaptación a otras tradiciones, culturas, rutinas y nuevas amistades que se van dando en otro país.
Nos deja frases muy bonitas como: «La riqueza de nuestra comunidad residía en nuestra diversidad».
Conoceremos algunas comidas y aperitivos holandeses (¡con nombres muy pintorescos para quienes no conocemos el idioma!) y se dedica un pequeño espacio también al amor por la escritura que, supongo, que será toda una proyección de lo que la propia autora siente al escribir.
Por último, comentar que el cuaderno para colorear consta de un montón de escenas acogedoras extraídas de la historia en donde podemos poner cara a los personajes, lugares y, por qué no, sensaciones que esta historia nos hace tener.
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